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domingo, 13 de febrero de 2011

REMINISCENCIAS INVALISTAS. Comenta aquí.


Apreciado Raúl Eduardo: He creado para su blog, la columna "Reminiscencias Invalistas". En ella voy a contar muchas cosas desconocidas desde cuando se fundó la Normal para Varones, ya que tuve el gusto de conocer a muchos egresados de la primera promoción, directores y profesores de la vieja guardia del magisterio nacional. Ojalá que sea del agrado suyo y de los ex - invalistas. La estampa de hoy, está perdida en el tiempo, porque la estructura del edificio donde sucedió ha desparecido. Cordialmente Mariogilberto. Almería, España 12 de feb 2011.-


Reminiscencias invalistas

¿POR QUE, DEBAJO DE LA CAMPANA?

Mario Gilberto González R.

Dedicado a la memoria del profesor

y poeta Enrique Estrada Sandoval.

Ni quienes lo impusieron, ni quienes los sufrieron, conocen el motivo del por qué, el primer castigo mañanero de una hora de plantón, en el viejo y siempre querido Instituto antigüeño, se cumplía debajo de la campana.

Llegar al plantel pasada la hora reglamentaria, el castigo era un período de clases debajo de la campana. Llevar con reincidencia el calzado sin lustrar, un período de clases debajo de la campana y así, tener las uñas largas y sucias, el pelo largo, el cuello de la camisa sucio, no haber realizado las tareas, hablar con otro compañero mientras el profesor impartía su clase. La mínima falta se castigaba con un período de clases debajo de la campana. No importaba que fueran alumnos de primaria como de secundaria o que estuvieran presto a graduarse. La campana emparejaba a todos por igual.

Si el plantón debajo de la campana no se cumplía con el rigor militar, la varilla de membrillo dejaba su huella implacable en las peladas y enjutas piernas del castigado. Entonces era normal vestir pantalón corto. Hablar mientras se estaba castigado, su nombre se anotaba para cumplir el riguroso plantón de las cuatro para las cinco de la tarde, a la vista implacable de un profesor o inspector de turno, en el lustroso corredor del lado sur del establecimiento. Y si el alumno se resistía a obedecer la disciplina militar impuesta en el instituto, fácilmente la hora de plantón mal cumplida, se pasaba a medio domingo de arresto.

Así que aunque hiciera frío, calor o lluvia, el castigo se cumplía –ya fuera el debajo de la campana como el de la tarde, sin excusas y con rigor, pues había que “aguantar” satisfacer las necesidades fisiológicas hasta que el castigo terminara. Concluido el castigo, el grupo salía en tropel, presuroso a los aseos. Unos alcanzaban llegar sin novedad, pero otros, iban dejando las huellas a los largo de los lustrosos corredores.

Entonces, José Caxaj era el portero que obedecía las órdenes sin chistar palabra y las hacía cumplir y Betío González y José Sutia, eran los encargados de mantener limpios y lustrosos los dos largos corredores. Tal fue el hábito de limpieza que los distinguió, que Betío González fue sorprendido barriendo el patio del instituto, entre los escombros del terremoto de 1976.

El Capitán don José E. Abril, fue la disciplina personificada del Instituto antigüeño. Ante él, temblaba el más valeroso. Nada de dobleces. El hombre debía de ser vertical. Profesores, inspectores y alumnos, estaban sometidos al rigor de su disciplina. Esta era tal, que la guasa estudiantil se desahogaba nombrándole “Tigrillo”.

Cuando menos lo esperábamos, nos sorprendía con su revista. Se colocaba en el corto espacio de la puerta de hierro de la calle a la puerta de madera del plantel. Revisaba manos, uñas, pelo, limpieza del cuerpo y de la ropa y desde luego el calzado.

“Muchá. Tigrillo está pasando revisa” era la voz de alarma que se contagiaba de inmediato.

Si las uñas y el pelo estaban largos, mandaba al estudiante debajo del pimiento llorón inmediato al dormitorio para que José Caxaj –portero- las cortara. Por supuesto que la cabeza quedaba como templo maya con escalinatas. La visita al barbero era obligada para rapar la cabeza. Si la falta de baño era manifiesta, si la ropa estaba sucia o rota y le faltaba un botón a la camisa, devolvía al alumno a su casa. Debía de presentarse ante él, aseado de cuerpo y de ropa. ¿y el calzado? Las carreras eran a la tienda de Guicho para comprar bananos. La cáscara se pasaba presurosa sobre la punta de los zapatos y con la parte trasera del pantalón se le sacaba brillo. La dificultad estaba en que de tanto pasar de mano en mano la cáscara, no alcanzaba a cubrir los talones y a la orden de “media vuelta” éstos quedaban al descubierto al igual que las manchas del pantalón al frotar los zapatos para sacarles brillo. El coshco y cumplir un período de clases debajo de la campana, era inevitable.

Con las manos hacia atrás, rondaba las dos alas del Instituto y con su mirada penetrante, observaba cada aula, donde sólo debía de escucharse la voz del profesor. Si sorprendía a los alumnos en “cuchucheo” con el índice derecho los llamaba para regañarlos o les daba un “coshco” en la cabeza que los dejaba viendo estrellas y si el asunto era grave, los mandaba de inmediato debajo de la campana. Un coshco de don Chepe equivalía a recibir la descarga de alto voltaje a pesar de tener atrofiados los dedos anular y medio de la mano derecha.

El trato respetuoso era “Don Chepe”. Conocido en la sociedad antigüeña como don Chepe Abril, sinónimo de disciplina. Don Chepe quería estudiantes rectos que aprovecharan su tiempo en los estudios. Verticales, honrados y responsables. De conducta intachable. Fue enemigo de la impuntualidad, de las faltas a la moral y a la urbanidad. Velaba por la rectitud estudiantil. Para él, cada invalista debía de ser todo un caballero en cualquier lugar y si el sabía u observaba algún desvío, lo sancionaba con drasticidad con esta admonición: “...es para tu bien, muchacho...”

En las noches de concierto, se colocaba en la parte del soportal de la municipalidad que en ese tiempo carecía de terraza y alumbrado público. Vestía un abrigo negro que con la oscuridad del lugar, su presencia pasaba inadvertida. Desde ese mirador, observaba el comportamiento de los invalistas ante las damas. A la mañana siguiente, llamaba a su despacho al alumno que había tenido un descuido ante una dama.

Al pasar frente a su casa y verlo en el ventanal, se le saludaba respetuosamente con “muy buenas tardes don Chepe”, a lo que él respondía amablemente “que le vaya bien, amigo mío...” Pero en el Instituto, las posiciones estaban definidas. El era el Capitán General y nosotros los subalternos. Cuidado con faltar el respeto, porque esa falta era castigada hasta con la expulsión.

¿Cuántos y quiénes desfilaron por debajo de la campana, en el vetusto instituto antigüeño?. En sí, era una aventura estudiantil estar debajo de la campana y una vergüenza ante el Director y más aun, ante una visita que recorría las aulas y se daba cuenta de quienes estaban en ese momento debajo de la campana. Con la cabeza baja y procurando no ser reconocido, el estudiante se tranquilizaba hasta que la visita se retiraba.

El estudiante que iba a la Inspección a procurar tiza, una esfera o los paneles de la anatomía y demás material didáctico, al volver al aula, con voz baja pero maliciosa, decía: “...muchá ¿saben quiénes están debajo de la campana? ¿quienes vos? Inquirían los demás. Están cotuza, el zurdo, el coyote y vacinica...”

Cuando el Inspector halaba con fuerza el cordel atado al badajo de la campana y después de un toque y a intervalo dos más, se sentía la gloria porque el castigo había terminado y principiaba el recreo. Había que ir presuroso al aula para que un compañero prestara su cuaderno para copiar lo que había impartido el profesor y había que4 hacerlo de inmediato, porque al día siguiente tomaba la lección y no saberla, era motivo de un plantón al atardecer.

La campana ha callado en el corredor del instituto antigüeño. La modernidad del timbre la sustituyó y al derribarse sus instalaciones, sólo queda el recuerdo.

Nadie supo respondernos, el por qué, el primer castigo mañanero fue debajo de la campana. A lo mejor porque maestros y estudiantes estaban atentos a ella y de vez en cuando salían del aula para verla. Quizá por ese motivo se escogió como sitio predilecto para sufrir frío, calor y lluvia y también vergüenza. Todos espiaban a qué hora sonaba la campana, para escaparse de clases aburridas y disfrutar del recreo con el delicioso pan con frijoles y queso.

¡Qué días aquellos, cuando el vetusto bronce del querido instituto antigüeño, vibraba con su tan....talán...talán...

Mario Gilberto González R.

Almería, España, invierno del 2010-11.

Gracias Mariogilberto nuestro blog, siempre será ventana abierta para un Ex alumn como usted, y todo el que quiera publicar algo de nuestro INVAL.


raúl nájera

Jocotenango, 13 de febrero de 2011

Gracias Mario por contar parte de la historia del glorioso Instituto Normal para Varones Antonio Larrazábal y esto permitió que la juventud y niñez de aquel tiempo tuviese realmente respeto hacia sus mayores y en especial a sus maestros.

Esperamos una nueva reminiscencia invalista.

Luis Eduardo González, promoción 1977 - 1982,

1 comentario:

  1. Jocotenango, 13 de febrero de 2011

    Gracias Mario por contar parte de la historia del glorioso Instituto Normal para Varones Antonio Larrazábal y esto permitió que la juventud y niñez de aquel tiempo tuviese realmente respeto hacia sus mayores y en especial a sus maestros.

    Esperamos una nueva reminiscencia invalista.

    Luis Eduardo González, promoción 1977 - 1982,

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