La Antigua que viví
AQUELLOS QUINCES DE SEPTIEMBRE
Por Mario Gilberto González R.
Ex-Cronista de la Ciudad de Antigua Guatemala, y
Ex – Alumno Distinguido del Instituto Normal para
Varones “Antonio Larrazábal”.
Ex-Cronista de la Ciudad de Antigua Guatemala, y
Ex – Alumno Distinguido del Instituto Normal para
Varones “Antonio Larrazábal”.
Los días previos al 15 de septiembre, era un corre, corre. En el Instituto antigüëño -a la vez que se preparaba el acto cívico-cultural -como se decía entonces- se hacían los últimos ensayos del magno desfile donde la Compañía de Caballeros Alumnos, luciría su gallardía y marcialidad. Y también los estudiantes de la Escuela Primaria que portaban armas de madera.
En los hogares no era para menos ese corre corre, porque había que preparar el uniforme de gala que consistía en: pantalón blanco impecable, con dos francas azules a los lados. Camisa blanca y corbata negra. Saco color azul con botones dorados y correaje blanco cruzado en la espalda y abiertos en sendos hombros sobre el pecho. Guantes blancos, kepi azul con la bandera nacional en una moña al centro y una correa angosta que llegaba hasta la barbilla para asegurarlo, zapatos negros limpios y lustrosos. Era un lujo y una distinción vestir ese uniforme, que incluso debía de vestirse impecable.
El acto cívico-cultural se realizaba en el Salón de Actos del Instituto. Asistían el Jefe Político Departamental, el Intendente Municipal, el Juez de Primera Instancia. El Presidente de la Junta de Educación del Departamento -como principales Autoridades de la ciudad- y también personas distinguidas invitadas ex – profeso. El estudiantado debidamente uniformado tenía destacada actuación.
El maestro de Música, compositor don José Lafuente, desgranaba en su piano, las notas del majestuoso Himno Nacional y las voces estudiantiles, llenaban el espacio con la invocación de Guatemala, tu nombre Inmortal.
Después de cantar el Himno Nacional y del discurso de orden, no podía faltar el orador que exaltaba con elocuencia cívica, la efemérides patria y tampoco faltaba el declamador que elevaba el espíritu cívico con poemas sobre la bandera, la bravura de Tecún Umán y el amor a la Patria. A la distancia permanece imborrable la elegante figura del catedrático don Adrián Coronado Polanco en su brillante papel de orador. Elocuente y culto. Hacía gala de sus recursos históricos, culturales y literarios. Con potente y modulada voz, construía páginas magistrales. Era un hombre de ricas lecturas, un docente cualificado e. insustituible en la vida culta institutera.
Entre los declamadores brillantes de la Escuela Primaria, tuvieron destaca participación Sebastián Castellanos y Guillermo Morán. Por coincidencia indescifrable, los dos perdieron la vida ahogados. Sebastián en una piscina y Guillermo en el mar, en la víspera del Día del Arbol. Cada uno en su tiempo, debía de declamar el mismo poema que se tornó tabú en la vida estudiantil y jamás se intento que otro alumno lo declamara.
El catorce de septiembre por la tarde, desfilaba la Compañía de Caballeros Alumnos rumbo al Parque Central donde se desarrollaban los actos de izaba de la Bandera y se entonaba el Himno Nacional, entre el tronar de las bombas y el repique de las campanas de la Catedral. Se esperaba con especial interés la llegada de "las Normas" vestidas de azul y blanco, que ese día se veían preciosas. De pronto al costado de la Catedral aparecían elegantes, serias y en armónica marcha militar. Eran las estudiantes de la Escuela Normal para Señoritas que en su brazo derecho llevaban el monograma ENSA (Escuela Normal para Señoritas Antigua) -hoy "Olimpia Leal". ¿Qué estudiante invalista no soltó un suspiro al verlas desfilar y puso sus ojos en una de ellas?
Llegaban alumnos de otros planteles: La Enseñanza, El Liceo Antigïeño y el Colegio María.
Izada la bandera, se daba la orden de romper filas. Se aprovechaba para dar vueltas en el Parque Central, en sentido contrario al de las Normas. Era el momento para contemplar y acercarse a una "norma"- Ella con uniforme blanco y azul con un monograma en el brazo y el institutero con su elegante uniforme impecable. Y ¡cuidado si lo observaba un inspector porque ese atrevimiento era sancionado con castigo! de plantón el mínimo o con medio domingo de arresto o más, el mayor. Uniformado no se le podía acercar a una chica y menos si ella iba también uniformada. Así que con intrepidez y disimulo se le entrega un papelito delicadamente doblado y ella hacía lo mismo con otro sólo que perfumado. ¡Albricias corazón! Se repetía el emocionado institutero que con mayor orgullo lucía su regio uniforme de gala. Mientras tanto en la explanada del Palacio Arzobispal se realizan juegos infantiles que agrupaban al público. Los costalazos, el comal tiznado de rojo y negro, el cilindro, el triángulo sin faltar el palo encebado que ya entrada la noche era vencido.
A la mañana siguiente era el magno desfile donde toda Antigua participaba. Lo iniciaba con su uniforme de gala, la banda de música que entonces dirigía el maestro Alberto Velásquez Collado –alias el Rey-.
La noche del catorce de septiembre se desató un torrencial aguacero. Llovió toda la noche y así amaneció el día 15. La lluvia no era impedimento para asistir al desfile. Así que cada quien vistió su uniforme y desafiando correntadas, charcos, lodazales y goteras enfiló hacia el Instituto. Había que salvar las correntadas que se forman al medio de la calle, los charcos donde no había empedrado y se hacían peligrosos lodazales y cubrirse -.hasta donde fuera posible- bajo los aleros que goteaban sin cesar. De todos los rumbos aparecían los elegantes uniformados mojados del kepi a los lustrosos zapatos. Era un alivio alcanzar -por fin- los corredores instituteros.
A las siete y treinta de la mañana, sonó el clarín que ordenaba organizar la Compañía. Todos de nuevo al patio del Instituto y de ahí a la calle para formar las escuadras y enfilar bajo la copiosa lluvia hacia el Parque Central. A la voz de marchen, la gallarda Compañía de Caballeros Alumnos desafiaba la lluvia. Al llegar a la cuarta calle el redoblante había perdido su tono marcial y se fue apagando en la medida que se llegaba al Parque Central. Para que los giros fueran exactos, el guía con una bandera en la punta de su fusil señalaba el sitio donde debía de girar la Compañía. Salía corriendo y salvando charcos desde atrás hasta colocarse en el lugar exacto donde cada escuadra debía de hacer el giro. Ese año lo fue el (Dr.) Carlos Estrada Sandoval -alias Ojo de Aguila- por tener un lunar sobre el párpado izquierdo.
Al llegar al Parque Central todos iban empapados. La sorpresa fue que sólo la Compañía de Caballeros Alumnos del glorioso Instituto se hizo presente. Se mandó alto frente al Palacio Municipal. Sin prisa pero con elegancia, subió las gradas don José E. Abril -entonces Inspector General del glorioso Instituto- Corrió su vista de oriente a poniente sobre la Compañía y con voz firme dijo: "Caballeros Alumnos. El Instituto ha cumplido. Rompan filas.."
Mario Gilberto González R.,
Almería, España. 7 de septiembre del 03.
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